Conversando (vía Messenger) con mi amigo Jesús Hidalgo sobre cómo sorprender a los lectores habituales del blog con alguna broma por mi cumpleaños, me sugirió “confesar” que administraba la polémica y vapuleada página Puertoelhueco. Meditándolo durante algunos días, una apetitosa idea, aún más fascinante y provocadora, irrumpió en mi mente: “desenmascarar” a la misteriosa Vaca Profana, reseñista de Terra Perú, asumiendo su personalidad. El contexto y los antecedentes otorgaban verosimilitud a tamaña travesura: durante cierto tiempo, circularon rumores sindicándome como perpetrador de ignominiosas reseñas contra figuras mayores del canon literario reciente escudándome tras esta figura seudónima. Sin embargo, mi propósito más pretencioso (ignoro si llegó a cumplirse como deseaba) era provocar la reacciones de quienes ingenua o maliciosamente creían en semejantes patrañas y se encargaban de difundirlas a través de la blogósfera. Sin ocultar cierta inofensiva perversidad, apenas buscaba reírme con las nefastas consecuencias de aceptar a pie juntillas la información que se distribuye a través de internet y basarse en ellas para hacer escarnio de personas no involucradas en el asunto. Me refiero en concreto a Gustavo Faverón quien, sin contar con pruebas que certifiquen sus aserciones (además de mi ficticia “confesión”), inmiscuye de inmediato a Alexis Iparraguirre en un hipotético juego de elogios conmigo a través de la Vaca leyendo sus reseñas de manera tendenciosa y, como podemos ahora comprobarlo, irreal, nacida de la neurosis y los delirios de persecución de su autor, como si poblara sus demenciales pesadillas, sus arrebatos de intelectual incuestionable. Alexis podría acusarlo con tranquilidad por difamación, pero dudo que practique el amedrentamiento legal siquiera para replicar a sus contendores.
No espero una disculpa de Faverón, su orgullo se lo impediría. Sin embargo, reclamo que restituya la honorabilidad de las personas que insultó amparándose groseramente en mi post por medio de endebles argumentos que inducen a sospechar que estos individuos participaron de acciones fraudulentas. La debilidad de sus premisas manifiesta cuánto esperaba la confirmación de sus falsas intuiciones para poder insultar a diestra y siniestra. Porque su destemplada y ahora patética reacción a esta tomadura de pelo (lo admito, quería “vengarme” al sentirme burlado como muchos cuando Faverón, Salas y Rendón tramaron su inocentada en el Gran Combo Club) demuestra la paranoia de tenerme en constante vigilancia, cual supervisor de la moral y las buenas costumbres, incluso cuando me he alejado de las vanas disputas literarias locales, habiendo optado por comenzar un nuevo proyecto de vida donde la literatura ocupará su verdadero sitial, desintoxicándome del saturado medio cultural peruano donde abunda la malevolencia y el desprecio.
Qué lástima por quienes se apresuraron a secundarte, pero ¡caíste, Faverón!